Todo es plástico
No sabemos vivir sin plástico. Ahora estoy bebiendo agua de una botella de plástico, escribiendo en un ordenador de plástico, mi casa está llena de bolsas, perchas, zapatos, botes, tuppers…y muchas cosas más que son de plástico. Hay que reconocer que es muy útil. Dentro de este término se incluyen diversos materiales que comparten una característica común: son polimeros sintéticos (sustancias compuestas por la unión de muchas moléculas semejantes). Los plásticos son baratos y se pueden utilizar para casi todo. Se pueden modelar a voluntad, pesan poco, normalmente son impermeables y aislantes (aíslan de muchas cosas: la humedad, la electricidad, la temperatura, y según el plástico, de ciertas sustancias químicas). Una de sus ventajas es también su principal inconveniente: no son biodegradables. Esto es muy útil cuando quieres contener un alimento dentro de un recipiente de plástico durante un largo periodo de tiempo, pero se convierte en un problema, y muy grande, cuando ese recipiente se desecha. Los plásticos tardan, en el mejor de los casos, más de 100 años en degradarse completamente en el medio ambiente, en ocasiones se dice que más de 500.
Según
Greenpeace, una persona utiliza una media de 134 bolsas de plástico al año, en total 6 billones de bolsas de plástico desechadas en un año sólo en España. Y sólo estamos hablando de bolsas, no de botellas de agua o refrescos, envases de alimentos y una larga lista de contenedores. Gran parte de estos desechos no se quedan en vertederos en tierra, sino que terminan en el mar. Allí se ven arrastrados por las corrientes marinas.
Las corrientes oceánicas
El agua se mueve en los océanos de forma que crea algunos puntos de confluencia, es decir, que cualquier cosa que arrastre la corriente tarde o temprano llegará a alguno de estos puntos. Hay 5 grandes puntos de confluencia, que se conocen como “Giros oceánicos”: del Atlántico Norte, del Atlántico Sur, del Pacífico Norte, del Pacífico Sur y el del Océano Índico. No son los únicos, pero sí los más grandes. Pues bien, en dos de estos giros, los del Atlántico Norte y del Pacífico Norte, se han encontrado dos grandes islas de basura. Estas islas se componen de millones de toneladas de plásticos y otros desechos, con una extensión enorme (se estima que la isla del Pacífico, descubierta por Charles Moore en 1997 y situada entre California y Hawái, tiene una superficie que triplica la de la Península Ibérica). La extensión real, así como la localización de otras islas similares, es difícil de determinar, ya que la mayor parte de los residuos se encuentran sumergidos y no son visibles en las imágenes recogidas por los satélites.
De todos es conocido el peligro que suponen para los animales marinos las
anillas que sujetan las latas de refresco. Lo que no se conoce tan bien es que un animal que se alimenta de medusas puede confundir una bolsa de plástico con uno de estos animales, ingerir la bolsa, y morir poco tiempo después. Lo mismo sucede con otros residuos.
El desastre de Midway
La Isla Midway, también conocida como Pihemanu, es una isla localizada en el Norte del Océano Pacífico, a más de 2000 millas (3200 km) del continente más cercano, pero por desgracia muy cerca de la isla de basura del Pacífico Norte. La isla, zona de nidificación de albatros, vive una tragedia provocada por el hombre a pesar de que se encuentra prácticamente aislada de visitas humanas. El equipo del fotógrafo
Chris Jordan lleva años documentando las muertes de crías de albatros que fallecen por consumir fragmentos de plástico que sus padres les llevan como alimento. Por toda la isla adultos y sobre todo pollos aparecen muertos. Este vídeo, a mí al menos, me ha hecho llorar.
http://www.youtube.com/watch?v=AsgaWbnDuZw&feature=player_embedded
También peligran los humanos
Pero hay que tener en cuenta que las basuras, según viajan se van rompiendo, hasta el punto de que gran parte de los desechos terminan teniendo el tamaño del plancton, organismos microscópicos (células individuales o organismos muy pequeños) de los que se alimentan muchos animales más grandes que viven en el mar, como algunos peces e incluso las ballenas. Así, el plástico entra en la cadena alimenticia, pasando del pez pequeño al pez grande, que es el que nos comemos nosotros.
El peligro no es sólo que el pez muera por comer plástico, sino que el plástico se degrade hasta niveles moleculares, liberando sustancias químicas que pueden ser peligrosas si se ingieren en cantidades muy grandes, tanto para los animales marinos como para los humanos que los consumirán. Si no somos capaces de hacer algo por defender el planeta, habrá que apelar a la seguridad humana. Se habla mucho de reducir los residuos plásticos, eliminar las bolsas, reciclar… Pero se trabaja poco en ello. Además, habría que intentar eliminar las islas. Sin embargo, como afirma Julio Barea, responsable de la campaña de aguas de Greenpeace, “El daño se efectúa en aguas internacionales, así que nadie asume la autoría de los vertidos y no existe gobierno que se haga responsable. Hay que invertir esfuerzos en desarrollar medidas preventivas para evitar nuevos continentes artificiales y asumir que nadie limpiará esa isla“.