Los peligros del monóxido de dihidrógeno
Fernando Frías | octubre 28, 2012 | CIENCIA Y PENSAMIENTO CRÍTICO » Tonterías »
Hace seis años, las autoridades de la ciudad de Louisville (Kentucky, EE.UU.) estaban bastante hartas de que los visitantes hicieran caso omiso de los carteles que prohibían bañarse en la fuente del parque Waterfront. Pero entonces, el director del parque, David Karem, tuvo una genial idea: hizo colocar en la fuente nuevos carteles con este mensaje: “¡Peligro! El agua contiene altos niveles de hidrógeno. No se acerquen”. Los carteles fueron todo un éxito: la cantidad de personas que se bañaban en la fuente disminuyó radicalmente y, por lo visto, no volvió a aumentar ni siquiera después de que los medios de comunicación conocieran aquello y explicasen que el agua de la fuente de Waterfront contenía niveles de hidrógeno tan altos como la de cualquier otro sitio: al fin y al cabo, las moléculas de agua, H2O, constan cada una de un átomo de oxígeno y dos de hidrógeno.
Karem apostó por la ignorancia de mucha gente acerca de algo tan básico como la composición del agua y, desde luego, acertó. Y no fue el único: cuando, allá por los años noventa, unos bromistas elaboraron un documento explicando los peligros del monóxido de dihidrógeno (de nuevo, H2O), seguramente no imaginaban que su broma provocaría que varios
municipios de EE.UU. votasen mociones para prohibirlo en su territorio, decenas de miles de personas de todo el mundo (incluyendo un buen número de famosos) hayan firmado peticiones para retirarlo del mercado, o que, según una encuesta de 2011, casi la mitad de los candidatos al parlamento finlandés asegurasen estar dispuestos a restringir su uso.
Gracioso, ¿verdad?
Pues, si lo pensamos un poco, no lo es tanto. Al fin y al cabo, la gente que ha picado en esos y otros muchos engaños son personas que votan y son votados, que participan en las decisiones de gobierno (y a veces las toman). Y si para participar y tomar esas decisiones en una sociedad cada vez más dependiente de la ciencia y la tecnología, parten —partimos— de semejante grado de ignorancia científica, la cosa es como para echarse a llorar.
Pongamos, por ejemplo, el problema del cambio climático, uno de los más serios a los que debemos enfrentarnos. La ignorancia (acompañada también de sesgos políticos y, ¿por qué no decirlo?, económicos) ha llevado a que en algunos Estados de EE.UU. se hayan aprobado normas que impiden hablar del problema, o que exigen que, si se expone, se haga indicando también que hay científicos que no aceptan las evidencias sobre el calentamiento global, aunque para encontrar a alguno de estos “negacionistas” haya que levantar hasta la última piedra de los desiertos de Norteamérica. El caso más sangrante (y también, hay que reconocerlo, divertido) es el de Carolina del Norte, donde el Partido Republicano propuso una moción para prohibir que se hablara del aumento del nivel del mar… casi coincidiendo con la publicación, en la prestigiosa revista científica Nature, de un estudio según el cual el lugar de Norteamérica en el que más ha subido el nivel del mar es, precisamente, Carolina del Norte.
En España, dejando aparte aquello del primo de Rajoy, no hemos llegado a tanto, pero tampoco tenemos muchos motivos para estar satisfechos. Hace algunos años, por ejemplo, la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados tuvo la ocurrencia de aprobar, por unanimidad, una proposición no de ley para que la homeopatía fuese considerada como “acto médico”, que viene a ser como si hubiesen acordado que la confección de horóscopos fuera considerada un “acto astronómico”. Y de nuevo tengo que cortarles las carcajadas, porque los políticos no son más que un reflejo de nuestra sociedad: según la encuesta sobre cultura científica que llevó a cabo el año pasado la Fundación BBVA, solo el 35,4 por ciento de los españoles sabe que todos los tomates, transgénicos o no, tienen genes, apenas un 34,4 por ciento sabe que es falso que el efecto invernadero esté causado por el uso de la energía nuclear, y tan solo un 24,3 por ciento de nuestros conciudadanos es consciente de que los antibióticos no destruyen los virus. A la vista de esos porcentajes, no es extraño que haya municipios que se declaren alegremente “libres de transgénicos” (aunque, a la hora de la verdad, sí que aceptan productos elaborados con materiales procedentes de organismos transgénicos, como la insulina para los diabéticos o los billetes para los pocos bolsillos que los tienen, seguramente porque, en realidad, no saben muy bien de qué va eso que están prohibiendo), que casi todos los partidos prometan cada cuatro años regular legalmente los diversos curanderismos “alternativos” (aunque luego no lo cumplan, en parte porque no es tan sencillo regular lo que en la práctica no es más que un conjunto de timos y, en parte, porque hicieron la promesa solo para rebañar algún voto más) o que, tras los informes científicos que relacionan el terremoto de Lorca con la extracción excesiva de aguas subterráneas, ni un solo político haya dicho esta boca es mía.
Como decía, nuestro presente depende de la ciencia y la tecnología, y nuestro futuro dependerá aún más de ellas. Y sin un mínimo de cultura científica, tenemos todas las papeletas para tomar decisiones erróneas, disparatadas e incluso trágicas. Y ante este panorama, la única reacción de nuestros políticos, ante nuestra más absoluta pasividad, es la propuesta del Gobierno para eliminar la asignatura de Tecnología en la mayoría de los cursos de bachillerato.
Así que, si un día de estos se encuentran en la playa un cartel advirtiendo de que el agua contiene mucho hidrógeno, no se extrañen si nadie se baña. Es lo que, por activa o por pasiva, estamos consiguiendo entre todos.
Increíble!!, jajaja. Gracias, había visto este tipo de engaños, pero no tan descarado.